jueves, 15 de febrero de 2018

EL CLUB TAURINO DE CHICAGO CON LOS AFICIONADOS PRÁCTICOS



IMPORTANCIA DE LOS AFICIONADOS PRÁCTICOS EN LA FIESTA (Adaptación del discurso de Óscar López Hoyos, en el homenaje a Jim Pritikin, reconocido abogado y aficionado práctico, celebrado el 27/01/2018 en la sede del Club Taurino de Chicago)


¿Por qué somos aficionados a los toros? Hubo un momento en nuestras vidas que vimos un festejo taurino y algo despertó nuestro interés, de forma que hemos sentido la necesidad de seguir disfrutando de espectáculos taurinos con cierta continuidad, no de forma esporádica, por eso somos aficionados.


¿Qué nos gusta de la fiesta de los toros? Cada aficionado tendrá sus legítimas preferencias. Así, unos se sienten atraídos por la vistosidad y por lo pintoresco de la celebración de una corrida de toros. Muchos se sienten atraídos por la fuerza, estampa y bravura de los toros. Otros muchos, por la capacidad de crear arte, belleza y estética en la lidia. Algunos por la inteligencia, técnica y gallardía del torero, capaz de burlar las complicaciones del toro. Y la mayoría por un conjunto de estas razones.


Los aficionados, cuando contemplamos un festejo taurino, asistimos al enfrentamiento mitológico entre la fuerza de los dioses, que es el toro, y los héroes que aglutinan las mejores virtudes de los hombres, valentía e inteligencia, que son los toreros. Las obras de los héroes se nos antojan sobrehumanas, nos emocionan y las aclamamos cuando salen victoriosos.


El aficionado práctico se distingue del resto de aficionados porque siente la necesidad de dar el paso y desafiar a los dioses. Dejar de ser hombre corriente para asemejarse a los héroes. Pretender ser héroe, sin embargo, tiene enormes riesgos y a diferencia de los toreros, los aficionados prácticos no disfrutan de fama y gloria. Tampoco tienen remuneración por su labor. Su mayor recompensa, el día que las cosas ruedan bien, es el orgullo de superar sus miedos y el instinto de conservación, ser capaces de domeñar el poder de la naturaleza, sentir de cerca la acometida imparable del toro y mirarle a los ojos tras el remate y decirle ¡Aquí estoy yo! Es la aproximación a la Tauromaquia más generosa y altruista que existe.


Desde mi punto de vista, torear, ser aficionado práctico, me ha hecho mejor aficionado a la Tauromaquia. Me ha hecho conocer mejor la técnica del torero, conocer mejor las reacciones del toro, comprobar la maestría de unas suertes y la complicación de otras, saber la importancia de los terrenos y querencias durante la lidia, sentir la responsabilidad y el miedo, descubrir la dificultad y grandeza del temple, aprender a andar en la cara del toro, etc… Este conocimiento, me ha hecho dar más importancia a la labor del torero respecto a las condiciones del toro. También me ha abierto los ojos respecto a ciertas premisas asentadas y difundidas en el mundo del toro que no siempre son ciertas. Ser aficionado práctico me ha enseñado a enjuiciar las faenas por mi mismo, no por lo que cuentan y parece a otros que, en muchos casos, siempre han visto el toro confortablemente desde la barrera. Y al mismo tiempo, ser aficionado práctico me ha mostrado que me falta todavía muchísimo por aprender y mi gran desconocimiento pese a todo lo que he leído sobre Tauromaquia.



 

Oscar López durante su intervención

 




Así, me quedo maravillado de la habilidad de algunos toreros de “sacar agua de pozos secos”. Vacas orientadas y peligrosas que volvían a embestir francas tras un par de tandas de muletazos sabiamente administradas por auténticos doctores del Toreo. Disfruto escuchando a mayorales y vaqueros hablando de las labores del campo. Me admira descubrir la complejidad de los encastes y familias taurinas que tienen que encarar los ganaderos en su labor selectiva. Me sorprenden las anécdotas y experiencias que cuentan unos y otros de las figuras de ahora y de antaño. Y es que ser aficionado práctico me ha posibilitado asistir a muchos tentaderos y conocer al toro bravo en su entorno y a sus gentes. Es un privilegio que muchos aficionados del tendido no han podido disfrutar. Aunque en los últimos tiempos, muchos aficionados han engrosado las filas de los aficionados prácticos.


Guillermo Canon Presidente Chicago Tauromachy


De este modo, desde principio de la presente década ha proliferado, al menos en España, la organización de cursos para iniciarse como aficionado práctico y consecuentemente la creación de numerosos clubs de aficionados prácticos, entre ellos “Aficionados Prácticos de Málaga” del que tengo el orgullo de haber sido uno de sus fundadores. Larga tradición han tenido estos clubs en otros países como México, Francia, Ecuador y Perú. Sin embargo, aunque ahora tenga cierto auge en los ambientes taurinos, desde que existe el toreo, siempre han existido aficionados prácticos, y personalidades de otras disciplinas también han sentido la atracción de ponerse delante una res brava. El primero quizás fue el Rey Carlos I de España y V de Alemania que mató un toro por el nacimiento de su hijo Felipe II en Valladolid, le siguió Goya el magnífico pintor que toreó en su juventud. Ya en el S. XX, el famoso actor “Cantinflas”, el escritor premio Nobel Camilo José Cela, el cantante flamenco “Camarón de la Isla” y el Presidente de España Adolfo Suárez torearon de forma asidua. Otros famosos lo intentaron al menos por una vez, como por ejemplo los actores Gary Cooper, Ava Gardner o el también premio Nobel Ernest Hemingway. Es loable el afán por torear de aquellos que ponen en riesgo su integridad física y sus exitosas carreras por experimentar la inigualable sensación de enfrentarse al toro.


Sin embargo, tengo tremenda admiración por los maletillas, aficionados prácticos anónimos con una afición tan desmedida que no pierden ocasión de ponerse delante de las reses y que entrenan a diario con la misma constancia y determinación que los toreros profesionales. Éste es el caso de aficionados como Conrado Abad “El eterno maletilla”, al que tuve la suerte de conocer en Salamanca, que a los 84 años seguía toreando pese a haber recibido dos fuertes cogidas dos años antes. Por tierras de Cádiz me contaban las andanzas de “Cantito”, que a la edad de 70 años iba andando por los caminos de una finca a otra buscando tentaderos con la esperanza de dar muletazos a las vacas una vez rematadas por los toreros. Y tengo que mencionar, al antiguo alumno de la Escuela Taurina Provincial de Málaga donde yo era codirector, Manuel Rodríguez. Su nombre le ha predestinado para intentar ser torero. Como la mayoría, pese a tener ciertas facultades, las cosas no marcharon lo suficiente bien y su trayectoria como novillero fue corta. Hoy día trabaja como vendedor de vehículos y chófer, pero solamente es una excusa para poder costearse sus desplazamientos por toda España, por las fiestas de los pueblos jugándose la vida gratis ante toros de hasta 8 años. Son ejemplos de vidas entregadas a una pasión, conductas irracionales a la vista de nuestra autocomplaciente sociedad actual, pero admirables para quienes detestamos la monotonía y la rutina y amamos al toro.





No solamente los admiro sino que los entiendo. Entiendo esa necesidad imperiosa por torear, por saber dónde se va a celebrar el próximo tentadero, capea o encierro. Entiendo esa presión en el pecho, esa introspección sobrevenida al acercarse a la finca o al pueblo donde la suelta de reses se va a realizar. Entiendo sus miradas y gestos tras la irrupción de la res en el ruedo. Entiendo su osadía unas veces y su prudencia otras. Entiendo la tensión cuando se aproximan a un toro manso e incierto y la relajación y arrogancia ante una res noble. Siento su concentración y disfrute ante una vaca brava y repetidora y siento la responsabilidad y desánimo cuando tienen que volver a enfrentarse a un novillo complicado que los ha volteado repetidamente. Y entiendo, sobre todo lo demás entiendo, la satisfacción cuando consiguen llevar la embestida en toda la extensión de su brazo con los lomos del becerro rozándoles los muslos. No pueden ustedes imaginar el gozo que produce conducir la acometida de un animal tan poderoso. La euforia que siente el aficionado tras un buen pase no cabe en su cuerpo. Es una experiencia inenarrable. Uno se siente el rey del mundo. Cualquier descripción que intente realizar se queda corta. Esa sensación es adictiva, es la motivación principal del aficionado práctico, que tras muchos golpes, lesiones, volteretas, de vez en cuando consigue enfrentarse con una res que posibilita desarrollar su conocimiento y estilo. Torear es una droga que genera la necesidad de seguir toreando y cuando el aficionado práctico no torea tiene un síndrome de abstinencia que solamente se cura toreando.


En estos momentos, vuelven a mi memoria mis emociones toreando aquella vaca encastada en Fuente Ymbro, otra de nobleza infinita en Martelilla, aquella boyante en Núñez del Cuvillo, la brava añoja de Cebada Gago, una cinqueña seria en los encierros celebrados en El Viso de los Pedroches (Córdoba), un añojo de media casta en Chiclana, la astifina santacolomeña de Escobar y aquella breve tanda a un becerro en mi plaza, La Malagueta en 2010.


Aunque también me duelen los huesos al recordar mi primera voltereta en Añover de Tajo (Toledo), aquel novillo en Alconchel (Badajoz) que me rompió la rodilla, la complicada vaca en Morón de la Frontera, la recia vaca que me dejó “en cueros” en El Viso de Los Pedroches (Córdoba), y tantas otras reses, la mayoría, que no supe entender y a las que no pude pegar un pase por mi falta de conocimiento y técnica. Sin embargo, con el tiempo, esas lesiones son orgullosos trofeos para los aficionados prácticos, como las cornadas son medallas para los toreros profesionales. Y tal es nuestro afán por disfrutar de nuevo del placer de torear que estamos dispuestos a volver a ser volteados, solamente por un segundo de emoción, por la sensación efímera de un eterno muletazo por bajo. ¡Qué bendita locura es el Toreo!


Si tengo que hacer balance, pese a mi maltrecha rodilla, no me arrepiento ni un instante de ser aficionado práctico. Por supuesto que me hubiera gustado ser torero profesional, como a todos los aficionados a otras disciplinas artísticas y deportivas les hubiera gustado destacar en su afición. Sin embargo, por mi experiencia en la formación de profesionales taurinos, en algunos casos se crean elevadas expectativas muy difíciles de alcanzar en un mundo tan complejo como el taurino, por lo que se puede caer en la frustración. Por contra, los aficionados prácticos toreamos sin más aspiración que mejorar en nuestra técnica y disfrutar de vez en cuando de un pase, de una tanda digna, de una mañana de campo entre amigos, de pasear por la dehesa contemplando al toro bravo.


A todo el que se sienta capaz le animo a probar, a torear por una vez, incluso a aquellos que no les guste la Tauromaquia, pues torear te hacer comprender y conocer mejor la Fiesta de los Toros. Hace años, cuando estaba estudiando en la Universidad de Málaga, había un estudiante alemán con una beca Erasmus que estaba en contra de la Tauromaquia. Pese a ello, conseguimos convencerlo para asistir a una capea privada que organizamos los alumnos de la Facultad Económicas. Tras vernos torear se decidió a intentar dar algún pase, pero fue volteado un par de veces. Sin embargo, nos confesó que tras haberlo intentado había cambiado de opinión y entendía la atracción por torear y la grandeza de la Fiesta. Incluso si no hubiera cambiado de opinión, estaría en una posición más legítima para criticar la Tauromaquia. Por el contrario, hoy día, la Fiesta es criticada por muchos que no tienen el más mínimo conocimiento sobre ella, basados en una autoproclamada superioridad moral por la que pretenden imponer su pensamiento único, sin importarles en el fondo el destino del toro bravo como raza animal diferenciada. Desconocen el enorme respeto que tanto toreros profesionales como aficionados prácticos tenemos por el toro, y cuanto lo amamos. Tampoco aprecian que la cría de este animal se realiza en extensísimas fincas, donde el ganado se encuentra en condiciones de semi-libertad, que son refugio y santuario de otras especies, algunas de las cuales están en peligro de extinción.

Entrega del cuadro, obra de la periodista taurina de Aguascalientes Sol Sánchezal gran aficionado  Jim Pritikin



Los aficionados prácticos adquieren este conocimiento por ellos mismos, poniéndose en la piel de los toreros profesionales y visitando asiduamente las fincas ganaderas. Ahí radica la importancia de los aficionados prácticos. Este conocimiento de primera mano ha posibilitado que muchos de ellos se conviertan en excelentes embajadores de la Tauromaquia, proclamando con orgullo en su vida diaria su apasionada afición. La pasión nos mueve a los aficionados prácticos como principal valor y virtud. Somos arrojados en nuestro día a día y resueltos toreando. Difundimos la grandeza del Toreo. La Fiesta necesita más embajadores. La Tauromaquia necesita más aficionados prácticos que muestren públicamente el orgullo por su afición. Porque en el fondo, nos sentimos y en cierto modo somos… TOREROS.



Óscar López Hoyos Club Taurino de Chicago Fundador de Aficionados Prácticos de Málaga Ex Co-director de la Escuela Taurina Provincial de Málaga